jueves, 10 de marzo de 2011

LA MEJOR MAESTRA (1ª parte)


   El primer día de clase, la señorita Ángela, maestra  de 4º curso de Infantil, les dijo a sus alumnos que los quería a todos por igual. Pero eso no era del todo cierto. En la primera fila se encontraba, hundido en su pupitre, Juan García, un niño que no jugaba bien con los demás compañeros, cuyas ropas estaban desaliñadas y que necesitaba constantemente de un buen aseado.
  Con el paso del tiempo, la relación entre la profesora y Juan se volvió desagradable, hasta el punto que ésta comenzó a sentir una preocupante antipatía por este alumno.

  Un día, la dirección de la escuela le pidió a la señorita Ángela revisar los expedientes de los cursos anteriores de los alumnos de su clase, para así comprobar su evolución. Ella puso el expediente de Juan en último lugar, dudando incluso de si merecía la pena leerlo. Sin embargo, cuando lo leyó, se llevó una gran sorpresa.
  La maestra de primero escribía: Juan es un niño brillante, con una sonrisa espontánea y sincera. Realiza sus deberes con esmero y tiene buenos modales; es un deleite tenerlo cerca.
  Su maestra de segundo escribió: Juan es un excelente alumno, apreciado y querido por sus compañeros, pero creo que tiene problemas en casa, debido a la tensa relación de pareja que mantienen sus padres.
  La maestra de tercero escribió: Los constantes problemas en casa de Juan, han provocado la separación de sus padres; su madre se ha refugiado en la bebida, y su padre apenas va a visitarle. Estas circunstancias están provocando un serio deterioro en su rendimiento escolar, ya que no asiste a clase con la asiduidad y puntualidad característica, y cuando lo hace, provoca altercados con sus compañeros o se duerme.
 En ese momento, la señorita Ángela se dio cuenta del problema, y se sintió culpable y apenada, sentimiento que creció cuando al llegar las fechas navideñas, todos los alumnos le llevaron los regalos envueltos en papeles brillantes y preciosos lazos, menos Juan, quién envolvió torpemente el suyo en papel de periódico. Algunos niños comenzaron a reír cuando la señorita saco de dentro de esos papeles arrugados, un brazalete de piedras al que le faltaban alguna de ellas, y un frasco de perfume a medio terminar. La señorita intentó minimizar las burlas que estaba sufriendo Juan, alabando la belleza del brazalete, y echándose un poco de perfume en el cuello y las muñecas.
  Juan García se quedó ese día después de clase sólo con la maestra y le dijo: Señorita Ángela, hoy olía usted como cuando yo era feliz.
  Después de que todos los niños se fueran, Ángela estuvo amargamente llorando durante un buen rato. Desde ese mismo día, renunció a enseñar solo lectura, escritura y aritmética, y comenzó a introducir la enseñanza de valores, sentimientos y principios a los niños. A medida que pasaba el tiempo, Ángela empezó a tomar un especial cariño a Juan, y cuanto más trabajaba con él desde el afecto y la comprensión, más despertaba a la vida la mente de aquél chavalín desaliñado. Cuanto más lo motivaba, más rápido aprendía, cuanto más lo quería, más comprendía. Y así, de este modo, al final del año, Juan se había convertido en uno de los niños más espabilados de la clase...

                                                                                 (continuará...) 

Fran.     

3 comentarios:

  1. Precioso, vecino. Espero la segunda parte!

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  2. bonita historia de la que tengo ganas de saber el final

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  3. ¡final feliz para Juan ya! jeje
    un abrazo amigo.

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